¿Cómo gestiono la frustración de un chico que no le pagan las horas extras, que no le hacen contrato o que le tratan como basura en el trabajo?
Esto nos plantea una trabajadora de Fundación Raíces, que rompe su silencio y se atreve a hablar de las prácticas de esta entidad:
Uno de los proyectos de esta fundación llamado “Cocina Conciencia” o “Empleo Conciencia”, consiste en dar trabajo a jóvenes en riesgo de exclusión social en el sector de la gastronomía, uno de los sectores con mayor explotación y vulneración de derechos laborales.
Y como nos cuenta, cuando se dan los casos de explotación y abuso en el trabajo, su función consiste en “tratar la frustración del chico”, no se denuncia a la empresa, no se deja de colaborar con ella, no se le da el contacto de una abogada laboralista al chico para que se pueda defender, no se le informa de sus derechos. Es una práctica muy común dentro del trabajo social y la educación social; psiquiatrizar a la víctima con el clásico trastorno de “baja tolerancia a la frustración”, y con las frases siempre recurrentes; “esto es lo que hay, el mundo laboral está así”.
Nos encontramos, además, dentro de la explotación laboral, con un añadido: el sentimiento de deuda que tiene el chico con la Fundación, una mochila muy pesada a sus espaldas. Esto nos dice A. que trabajó durante meses sin contrato de trabajo aun teniendo permiso de trabajo:
¿Cómo les iba a denunciar por tenerme sin contrato? Te consiguen los papeles, te dan trabajo, te ayudan al principio económicamente, te sacan de la calle, sientes que les debes la vida y por eso te callas, aguantas, te da miedo pedir que te contraten, te paguen las horas extras o te den horas de descanso.
Se crea una deuda psicológica entre el chico y la fundación. Ser “Salvador” en la ayuda humanitaria te convierte en un Dios, con mucho poder sobre el otro.
Esa imagen de Salvador la podemos ver en los premios que da Fundación Raíces a gente relacionada con la ayuda humanitaria y el derecho (nunca el laboral claro), premiar la ayuda o la solidaridad, mostrando al Salvador ante el público, ante las cámaras, les vemos recoger el premio, como si fuesen los Óscar, y a su lado al “ayudado”, al “pobre”, al “desvalido”, la imagen del niño salvado, la foto del joven feliz y sonriente en su puesto de trabajo, donde no existe la explotación.
Se crean en estas dinámicas relaciones de dependencia psicológica entre “Salvador” y “salvado”; ¿Cómo voy a denunciarles si me han salvado la vida?
“A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba-abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder” decía Eduardo Galeano.
Desde fuera de la Comunidad de Madrid, contactamos con un educador social que colaboró con Fundación Raíces, cuenta cómo le dieron trabajo a su chico, el restaurante salió en los periódicos locales, se hizo publicidad, se expusieron los chefs como salvadores, solidarios. Y una vez finalizado el contrato se dejó al chico en la calle otra vez. El educador siente que utilizaron al chico como un producto publicitario, de imagen.
Nos encontramos aquí con una forma de publicitar al restaurante, casi siempre restaurantes de alto nivel, donde encuentran si no una vía de difundir un negocio sí una de dar una imagen social. Puedes explotar a tus trabajadores y al mismo tiempo dar una imagen social de solidaridad, usando a los chicos y chicas más desprotegidos de la sociedad como medio.
Nos preguntamos también ¿cómo es posible que educadoras, trabajadoras sociales o psicólogas que trabajan en esta fundación no denuncien estas prácticas? Y nos encontramos con que estas trabajadoras de la Fundación también son víctimas de la explotación laboral. Hemos podido descubrir que en el último año ha habido tres bajas por la ansiedad generada por esta precariedad laboral. Una de las trabajadoras nos lo confiesa: jornadas de trabajo a destajo, horas extras no pagadas, obligación a ser voluntarias, conexión del teléfono 24 horas al día, fines de semana, sin complementos de disponibilidad. Y además igual que los chicos a los que atienden: una deuda psicológica, hacerles sentir malas personas o malas trabajadoras por desconectar el móvil, por pedir horas, por pedir descansos.
Nos parecen lógicas estas prácticas con chicos y trabajadoras de la Fundación si tenemos en cuenta quién está detrás de esta entidad, y de su financiación: grandes capitales, empresas, corporaciones, como la fortuna de la familia Reyzabal dueña de la fundación. Donde rige la tendencia neoliberal de sustituir el pago de impuestos por donaciones a ONGs privadas, la justicia social por la caridad, las conquistas sociales convertidas en derechos públicos por la filantropía particular y privada de los ricos.