Tras leer recientemente en la prensa la sanción de 8 meses sin empleo y sueldo que la Consejería de Educación de Asturias ha impuesto al profesor de secundaria Yván Pozuelo, hemos querido hacer público este breve comunicado de solidaridad.
Los medios se hacen eco del insólito caso de un profesor que lleva años practicando lo que podríamos denominar “la pedagogía del 10”, tal y como recoge en su ensayo ¿Negreros o docentes? La rebelión del 10. La historia de Yván Pozuelo resulta interesante: este docente, en un momento dado, se niega a perpetuar una de las funciones del sistema educativo: clasificar al alumnado. Las instituciones educativas defienden en teoría la evaluación como herramienta para medir los progresos del alumnado, para detectar necesidades específicas, es decir, para analizar el cumplimiento de unos objetivos académicos y mejorar, si fuese pertinente, los procesos de enseñanza y aprendizaje. Pero la realidad es que la evaluación no es especialmente relevante en las instituciones educativas, lo importante es la calificación, es decir, el valor numérico en un expediente que sirve principalmente para clasificar al alumnado (en un régimen de meritocracia trucada donde el alumnado de clase media y alta parte con una ventaja abismal). Por eso, todas sabemos que el fracaso escolar no es un problema para el sistema educativo salvo cuando las cifras no se adaptan a las necesidades del mercado laboral, es decir, del sistema productivo.
El descubrimiento de que calificar es clasificar y, por tanto, dañar a las eternas y eternos perdedores del sistema educativo llevó a practicar a Yván Pozuelo una pedagogía reparadora donde casi todas las y los estudiantes conseguían un 10. No supuso esto un problema para las autoridades durante años. Pero una entrevista al profesor en un periódico asturiano despertó la ira de algún alto responsable que decidió intervenir para castigar al docente por la osadía de criticar de forma “demasiado pública” a las instituciones educativas.
Podríamos decir que esta situación nos da vergüenza, pero no es verdad puesto que eso significaría asumir que este caso es algo excepcional, una anomalía en la rectitud que se debe presuponer a las autoridades educativas. Nada más lejos de la realidad porque eso sería desconocer cómo funcionan las instituciones. Por eso, asco es una palabra más adecuada, pero eso lo sentimos cuando se quitan la careta como ahora pero también cuando la llevan puesta en esta gran farsa que llaman democracia.